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¿Alguna vez te has encontrado en una relación pensando: “¿Por qué vuelvo a caer en lo mismo?” o “¿De verdad me pasa otra vez?” La respuesta puede estar en algo que no está a la vista pero que llevamos a cuestas: nuestras queridas, o no tan queridas, heridas emocionales. Aunque suene a drama de película, la realidad es que estas heridas, casi siempre forjadas en la infancia, pueden dejar cicatrices profundas que, si no trabajamos en ellas, reaparecen en la vida adulta. Así que vamos a ponernos manos a la obra y desentrañar cómo estas heridas pueden estar afectando nuestras relaciones.

¿Qué son las Heridas Emocionales?

Cuando hablamos de heridas emocionales, no estamos hablando de un simple “me caí y me raspe el alma” (aunque ojalá fuera tan fácil de curar). Se trata de esos impactos emocionales que dejaron marca y que, aunque a veces están olvidados, de alguna manera siguen influyendo en nuestra vida. Imagínate una herida abierta que en vez de sanar se fue cubriendo con parches, uno encima de otro, sin cicatrizar del todo. Pues así es como funcionan nuestras heridas emocionales: experiencias de abandono, rechazo, humillación, traición o injusticia que, sin darnos cuenta, condicionan nuestras decisiones y relaciones.

Las Heridas Emocionales Más Comunes y Cómo nos Afectan en el Amor

La Herida de Abandono

Ah, el abandono, la herida que nos hace aferrarnos con todas nuestras fuerzas o salir corriendo cuando la relación empieza a profundizar. Esta herida puede desarrollarse si en la infancia no nos sentimos suficientemente seguros o si sentimos que las personas a nuestro alrededor eran emocionalmente “intermitentes”. De adultos, la herida de abandono suele traducirse en miedo intenso a la soledad y una necesidad constante de validación. Así que, si te encuentras revisando el móvil cada dos minutos para ver si ya te han contestado el mensaje, quizá sea hora de darle un vistazo a esta herida.

La Herida de Rechazo

La herida de rechazo suele gestarse cuando, de pequeños, no nos sentimos aceptados tal y como éramos, o sentimos que teníamos que “ser” o “hacer” algo para merecer amor. ¿El resultado en la vida adulta? Relaciones en las que constantemente tememos no ser lo suficientemente buenos, o donde, paradójicamente, rechazamos a los demás antes de que ellos puedan rechazarnos a nosotros. Aquí es donde nace ese “mejor me alejo antes de que me hagan daño”. La herida de rechazo, en vez de permitirnos vivir relaciones plenas, nos deja en un juego constante de “huye o corre”.

La Herida de Traición

Para quienes han vivido una herida de traición, la confianza en los demás es un terreno complicado. Esta herida surge a menudo cuando, de pequeños, sentimos que alguien en quien confiábamos nos falló o no cumplió sus promesas. En la vida adulta, puede llevar a la sobreprotección, al control o a una extrema vigilancia en las relaciones, algo así como “si no controlo, me vuelven a hacer daño”. Así que, si en tu relación eres el Sherlock Holmes de turno, con lupa y todo, puede ser una señal de que esta herida está al mando.

La Herida de Injusticia

Cuando de niños sentimos que se nos trató con rigidez o sin el respeto que necesitábamos, puede surgir la herida de injusticia. Esta herida nos hace sentir, en la vida adulta, que debemos ser “perfectos” para ser amados y aceptados. Esto genera en nosotros una autocrítica feroz y puede hacernos muy exigentes con nosotros mismos y con nuestras parejas, llevándonos a conflictos por detalles o situaciones que otros no notarían.

La Herida de Humillación

Finalmente, la herida de humillación es común en aquellos que, de pequeños, se sintieron avergonzados o criticados por ser quienes eran. La consecuencia suele ser una necesidad de complacer a los demás y poner las necesidades ajenas por encima de las propias. Si tiendes a olvidarte de tus propios deseos y a ceder siempre, puede que esta herida esté jugando un papel en tu vida amorosa.

Cómo Empezar a Sanar

La buena noticia es que, como cualquier herida, estas también pueden sanar. La clave está en el autoconocimiento y en aprender a reconocer cómo cada herida aparece en tu vida diaria. Aquí tienes algunos primeros pasos:

  • Identificación y Aceptación: El primer paso es reconocer que estas heridas existen. No estás “dañado” o “roto”; simplemente eres humano, con experiencias pasadas que dejaron una marca. Reflexiona sobre cómo estas heridas influyen en tus relaciones y hábitos.
  • Trabaja la Autocompasión: Ser amable contigo mismo es fundamental. Estas heridas no definen tu valor; son solo una parte de tu historia. Trata de hablarte a ti mismo como lo harías con un buen amigo.
  • Explora la Terapia: Abordar heridas profundas requiere apoyo, y la terapia puede ser una excelente herramienta para navegar estos temas y crear relaciones más sanas y auténticas.

Al final del día, todos llevamos nuestras heridas a cuestas. Lo importante es no dejarlas al volante de nuestras relaciones y tomar las riendas de nuestras vidas con consciencia y autocompasión. Así que, la próxima vez que te encuentres en una situación que despierta algún viejo temor, recuerda: tus heridas no son quienes eres, son solo parte de tu camino. Con paciencia, autoconocimiento y, si es posible, ayuda profesional, podrás aprender a llevar estas heridas de una manera que no limite tu vida amorosa, sino que te permita crecer y conectar más profundamente.