El duelo es una de las experiencias más profundas y complejas que podemos vivir, y aunque se asocia comúnmente con la pérdida de seres humanos, también se puede sentir por la pérdida de una mascota. Es un amor que, aunque no verbal, es tan profundo y verdadero que nos atraviesa de una forma que nos hace cuestionar nuestra capacidad para sobrellevarlo.
Hace poco, experimenté el dolor de perder a mi perrito, que fue un compañero incondicional durante años. El amor que le tenía me llevó a un duelo que, aunque sabía que vendría algún día, me golpeó con una intensidad que nunca imaginé. Al principio, creí que podría manejarlo sola. Después de todo, soy psicóloga, sé cómo funciona el duelo, las fases, las emociones… creía que entendía lo suficiente sobre el tema como para sobrellevarlo con fortaleza. Pero la realidad fue otra.
El aislamiento: Creer que puedo con todo
Cuando mi perrito cayó gravemente enfermo, me sumí en una especie de burbuja de aislamiento. Quería hacer frente a todo por mí misma. El dolor me hacía querer encerrarme, creer que tenía que ser fuerte, que debía ser suficiente, para los demás y, sobre todo, para mí misma. No quería que nadie viera lo que estaba viviendo, y aunque mi entorno intentaba mostrarme su apoyo, no les dejaba entrar. Cada gesto de amor o preocupación me agobiaba, como si aceptarlo significara admitir que no podía con todo.
Mi pareja, que estaba lejos en ese momento, me ofreció su apoyo de inmediato. Quiso venir rápidamente, pero yo le decía que no, que no era necesario, que podría lidiar con todo sola. Pero algo en mi interior me decía que quizás no estaba tan bien como pensaba. La sensación de estar sola, de no poder compartir el dolor, me hacía sentir más pesada la carga.
El click: Aprender a dejarme querer
Sin embargo, hubo un momento de reflexión, un “click” en mi cabeza, como si algo se encendiera. Me di cuenta de que no podía seguir ignorando el amor que me ofrecían.
Me estaba aislando no solo de los demás, sino también de la posibilidad de compartir mi dolor. Fue entonces cuando comencé a aceptar el cariño y la preocupación que me rodeaban. Empecé a dejar que las personas que me querían se acercaran, a escuchar sus palabras de apoyo y a permitir que me ayudaran a cargar un poco con ese peso.
Recuerdo cuando una amiga llegó a mi casa con flores y comida. Ese pequeño gesto, tan sencillo, pero tan lleno de amor, me hizo sentir que no estaba sola. Me permitió ver que, aunque yo pensaba que podía manejarlo todo, compartir la carga con los demás no me hacía más débil, sino más humana. De hecho, al hacerlo, el dolor se aligeró un poco. Aceptar el apoyo de los demás no solo me ayudó a sobrellevar el duelo, sino que también me permitió sanar de una manera más completa.
El amor y la compañía: Un bálsamo para el alma
Mi pareja, finalmente, vino a verme en avión. A pesar de que insistía en que no era necesario, me di cuenta de que tenerlo a mi lado me daba una sensación de calma que no podía encontrar por mí misma. En ese momento, comprendí que el amor no es solo un sentimiento bonito; es una fuerza que nos sostiene, nos cuida y nos acompaña en los momentos más oscuros.
El duelo, en su dolorosa complejidad, también es un recordatorio de lo profundamente que amamos. A veces, el amor se manifiesta en formas que no entendemos hasta que nos vemos confrontados con la pérdida. Y es en esos momentos de vulnerabilidad, cuando dejamos que el amor de los demás entre en nuestra vida, cuando realmente podemos sanar.
Agradecimientos: A los veterinarios y a quienes me acompañaron
Quiero aprovechar este espacio para dedicar unas palabras de agradecimiento a todos los veterinarios que han estado a mi lado en este proceso. Son profesionales extraordinarios, pero más allá de su conocimiento, su empatía y dedicación son invaluables. A todos ellos, que cuidan a nuestros seres queridos con tanto amor y entrega, les debo un reconocimiento sincero.
También quiero agradecer a todas las personas que me han mostrado su apoyo, desde las más cercanas hasta las que, con un simple mensaje, me ofrecieron su calor. El duelo, aunque doloroso, nos enseña que no estamos hechos para cargar con el sufrimiento solos. El amor, en todas sus formas, nos ayuda a sanar.